sábado, 15 de diciembre de 2007

La piedra

El hombre nunca consideró a la piedra como algo vivo, a consultar; siempre se ha sentido superior a ella y con derechos de ofenderla....
...El diccionario define a la piedra de la siguiente manera: sustancia mineral,dura y sólida"
El mismo diccionario dice del humano:verbo divino, compasivo, generoso, benigno, caritativo...
¿Que bueno! Faltaría que dijera modesto.
Por ello, por su generosidad, divinidad benignidad," el hombre llama ofensivamente "piedra inferior" al nitrato de plata, que suele usar para curarse sus propios males...
También llama "piedra del escándalo" al pecado original que él mismo inventó por estúpido...
...Jesús, sentado en el suelo haciendo rayas con un palito, dijo: "El que esté libre de culpas que arroje la primera piedra". ¿Siempre la piedra! ¿Por qué no se aplastan con ellos mismos?

Definición del diccionario mineral
Hombre: mono con revolver al que mejor es darle una banana.

Siete horas de frotamiento y 25 kilos de piedra pómez necesita la estupidez humana para gastar y decolorar un pantalón que ha hecho furor, prontuariado como "blue jeans". Con él, y con las zapatillas con resortes y rulemanes, cuatro fabricantes multinacionales han encorsetado a la juventud y a los adultos que la van de "pendejos".

Vivillos humanos, aclaren que anochece. La Edad de Piedra aún no ha pasado. ¡Vivimos en ella. Con ella. De ella!

Gog y Magog en La Gallina Degollada nº 1

jueves, 13 de diciembre de 2007

In Memoriam J.F.K.


Esta bala es antigua.
En 1897 la disparó contra el presidente del Uruguay un muchacho de Montevideo, Arredondo, que había pasado largo tiempo sin ver a nadie, para que lo supieran sin cómplice. Treinta años antes, el mismo proyectil mató a Lincoln, por obra criminal o mágica de un actor, a quien las palabras de Shakespeare habían convertido en Marco Bruto, asesino de César. Al promediar el siglo XVII la venganza la usó para dar muerte a Gustavo Adolfo de Suecia, en mitad de la pública hecatombe de una batalla.
Antes, la bala fue otras cosas, porque la transmigración pitagórica no sólo es propia de los hombres. Fue el cordón de seda que en el Oriente reciben los visires, fue la fusilería y las bayonetas que destrozaron a los defensores del Álamo, fue la cuchilla triangular que segó el cuello de una reina, fue los oscuros clavos que atravesaron la carne del Redentor y el leño de la Cruz, fue el veneno que el jefe cartaginés guardaba en una sortija de hierro, fue la serena copa que en un atardecer bebió Sócrates.
En el alba del tiempo fue la piedra que Caín lanzó contra Abel y será muchas cosas que hoy ni siquiera imaginamos y que podrán concluir con los hombres y con su prodigioso y frágil destino.


Jorge Luis Borges - El Hacedor

lunes, 3 de diciembre de 2007

Poseidón

Poseidón se sentó ante su mesa de trabajo y revisó las cuentas. La administración de todos los océanos lo tenía muy atareado. Podía emplear los asistentes que quisiera, y por cierto tenía muchos, pero responsable, como era, insistía en revisar personalmente cuenta por cuenta, así que sus asistentes de poco le servían. No diría que le deleitaba este trabajo, lo hacía sólo porque se le había asignado. Es cierto que ya con frecuencia había pedido una tarea más animada, pero entre los varios trabajos que le fueron sugeridos, se observó que su disposición natural era para su presente empleo. Ni decirlo, sería demasiado difícil conseguirle otra ocupación. Tampoco pensar en ponerlo a administrar determinado mar. Dejando a un lado que la tarea no sería más fácil, sólo inferior, el gran Poseidón, por el contrario, debía obtener un puesto más importante. Cuando se le ofreció un cargo sin afinidad a las aguas, la sola idea lo enfermó, su aliento divino decayó y su broncíneo torso comenzó a jadear. Lo cierto era que nadie tomaba muy en serio las quejas de Poseidón, pero cuando alguien de su poderosa talla se lamenta, por lo menos se debe simular que se lo escucha, aunque sea una situación sin perspectivas. Realmente, nadie pensaba en separar a Poseidón de su cargo; desde los orígenes estaba destinado a ser el dios de los mares y eso no podía ser modificado.
Lo que más le irritaba -y esto era lo que lo indisponía con su trabajo-, eran los rumores que circulaban sobre él. Por ejemplo, que constantemente cabalgaba sobre las olas con su tridente como un cochero, cuando la verdad era que se encontraba sentado en las profundidades de los océanos sin terminar nunca con sus cuentas. La única interrupción a esa monotonía era de vez en cuando, un viaje hasta Júpiter, del cual siempre regresaba exasperado. De ahí que casi no conocía los océanos, sólo los había visto en sus furtivas ascensiones al Olimpo. Y no se podía afirmar que realmente los hubiera navegado. Acostumbraba a decir que lo haría cuando el mundo tocara su fin, sólo para entonces tendría un momento de descanso. Justo antes del fin del mundo y sólo después de haber revisado la última cuenta le daría tiempo para una rápida gira.



Franz Kafka - La Muralla China