Mirabas hacia la calle
donde el tiempo de la aceptación terminaba,
preguntando
cómo hubiera sido posible una redención personal,
algo justo en qué ocuparse,
antes de que fuera demasiado tarde.
Cualquier cosa menos las manos en los bolsillos,
el tabaco y la frase inútil,
el razonamiento arruinado por la realidad,
la dialéctica privada
contradecida con el trapo sucio de la cocina.
Antes de que fuera demasiado tarde,
recordando
que hubo un momento decisivo y que eso pasó hace mucho tiempo,
y quisiste estar solo con tu historia particular,
sin conclusión alguna en la mitad de la noche
y la fe fue regresando al útero del conocimiento.
Porque no tenías sustancia recuperable que ofrecer
sino tu neurosis, tu descalabro, tus uñas rotas
de tanto girar equivocado mientras lo cierto sucedía en la calle,
tu mala literatura y tu peor vida,
los golpes de la frente en el vidrio de la ventana.
Todo eso
para ofrecer al mundo
que estaba cambiando la causa de la materia,
que acomodaba las cosas para un orden más claro,
que ajustaba las cuentas y las culpas
y que nada olvidaba, incluyendo
el sitio reservado a tu sepulcro
Joaquín Giannuzzi